Lo encontre hace tiempo, pero aún lo sigo leyendo y le sigo encontrando sentido...
La realidad del desamor
"Ya no te quiero"...
Llega como un zarpazo, nos quedamos de una pieza y el corazón se encoge.
¿Será que escuché mal?
¿Cómo así?
¡Qué estás diciendo!
"Ya no te quiero"...
Llega como un zarpazo, nos quedamos de una pieza y el corazón se encoge.
¿Será que escuché mal?
¿Cómo así?
¡Qué estás diciendo!
Nos resistimos a semejante información: "¡No puede ser!". Preferimos pensar que es un efecto transitorio debido a los años, el tedio o la rutina. Nos negamos a aceptar que el amor se acabó.
Pero sí. Se fue, desapareció, se esfumó en un montón de silencios malinterpretados, en la aflicción que nunca se dijo. "Ya no te quiero": una estocada directa al alma.
Pedro amaba profundamente a su novia; según él, era el motivo de su existencia. Creía que todo estaba bien. En las últimas relaciones sexuales ella le había manifestado su amor de una manera especialmente efusiva. Habían pensado en casarse, todo iba viento en popa. De pronto, sin previo aviso, sin anestesia, bañada en llanto, con dolor, aquella mañana ella le confesó su inexplicable desamor.
El desamor, como el amor, también se declara, se cuenta como un cuento corto, terriblemente condensado. Cortante, lapidario, cruel. Siempre es cruel, no importa que se lo adorne con lágrimas de piedad o cantos de penitencia. Para el despechado nada justifica el rechazo afectivo; las palabras pierden su semántica, se caen los significados, se adormece la inteligencia. "¿Cómo así que ya no me quieres?", "¡Debe haber un error!".
¿Un error del corazón, un exabrupto de la razón? No, ninguna equivocación. "Pero, ¿estás segura?" (la esperanza de la desesperación, la ingenuidad de quien no quiere ver, creer ni escuchar). "No puede ser..."
Juliana lleva ocho años de novia. La pareja ya tenía departamento, enseres, fecha de matrimonio y lista de invitados. Ha sido su único hombre, su único amante, su mejor amigo, su vida. Él es el eje, ella el satélite. El amor la mueve, la empuja en forma elíptica con movimiento constante y parejo. Un día, después de su cumpleaños, él le dice que no está seguro.
Ella racionaliza el problema, busca explicaciones; recurre a la ciencia, a las brujas, le pasan el láser, se apega al psicólogo, el psiquiatra le formula un puré de pastillas, el cura le habla del más allá, y una amiga la acompaña en su dolor en el más acá. No hay reversa, nada que hacer.
Él dice: "No sé qué pasó, no tengo explicación; se abrió un hueco en mi corazón; no hay otra mujer, ni siquiera una en vista". Ella le suplica que lo intenten de nuevo, sugiere que le pasen a él también el láser y que el psiquiatra le dé un antidepresivo. Pero el mensaje sigue siendo tan contundente como al principio: "Ya no te quiero": categórico, irrevocable.
¿Por qué caminos se nos va el amor? ¿En qué recodo se nos pierde? Como un suspiro agónico, travieso, a veces se desvanece como una sombra en la tormenta. No hay culpa en el desamor, pero sí en el descuido del no aviso. Porque el otro tiene derecho a la información oportuna.
Lo increíble de todo este revuelo devastador, lo que no me deja de asombrar, es el poder de la recuperación afectiva. El corazón herido siempre se cura, y su medicina, curiosamente, es el mismo amor que llega arropado en otra forma humana. El amor nunca nos deja; las personas sí".
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